viernes, 22 de agosto de 2008

ETICA


Fernando Savater en su libro Ética para Amador dice que los hombres podemos inventar y elegir en parte nuestra forma de vida [...] y como podemos inventar y elegir podemos equivocarnos [...] de modo que parece prudente fijarnos bien en lo que hacemos y procurar adquirir un cierto saber vivir que nos permita acertar. A ese saber vivir, o arte de vivir si prefieres, es a lo que llaman ética.
Todos los padres queremos que nuestros hijos sean hombres de bien, lo que con seguridad les llevará felicidad a sus vidas y les permitirá convivir con los demás en armonía. Si obramos bien, es decir, con ética, seremos más felices y estaremos en paz con nosotros mismos y con los demás. La pregunta que todos los padres y cuidadores nos hacemos es: ¿qué se debe hacer para lograrlo?
Con razón se dice que una de las labores fundamentales de los padres es acompañar a los hijos para que lleguen a tener un concepto claro de qué está bien y qué está mal y estimularlos a ajustar sus actos según esos valores.
¿Y cuándo, dónde y cómo se aprende qué está bien y qué no lo está? Con seguridad en la niñez y adolescencia y principalmente en el seno de la familia, por lo que se dice que los valores esenciales, tales como la honestidad, veracidad, solidaridad, justicia y libertad, entre otros o como la diferencia entre obrar bien o mal, se aprenden en casa, desde la cuna. Este aprendizaje se lleva a cabo a través del diálogo, la reflexión, el afecto, pero principalmente por el ejemplo.
En especial es útil ver y sentir la forma como los padres y otros seres significativos viven su vida y hacen de su existencia una buena vida. A los hijos los influyen los actos, las palabras y los gestos de los padres, mucho más que lo que se hable al respecto de ello: es posible que un simple fruncir de cejas de la madre sea más efectivo para indicar que algo es incorrecto que cientos de discursos sobre la ética.
En la niñez generalmente se aceptan las enseñanzas recibidas sin cuestionarlas. Luego, poco a poco se empieza a ser crítico de esas normas. Es la adolescencia la época en la cual se cuestionan más ampliamente todos los valores para buscar valores propios, autogenerados, que van a acompañarnos posiblemente el resto de la vida: no se trata de repetir más un código moral externo a la conciencia, se trata de hacerlo propio, comprendiéndolo y compartiéndolo.
El código moral de conducta parece que ya está prácticamente estructurado alrededor de los veinte años; luego la reflexión y las experiencias llevan a interiorizar esas valoraciones, pero para llegar allí es necesario recorrer un camino de aprendizaje, discernimiento y reflexión.
El camino de la formación ética es como una escalera: el primer escalón es aprender qué es correcto y habitualmente se hace por obediencia a la autoridad (padres y otros adultos significativos); uno de los motores principales es la evitación del castigo y el deseo de construir felicidad.
En un segundo escalón se comprende que lo correcto sirve a los intereses propios y permite a los otros conseguir los suyos; de esta manera el ser humano se va adecuando a los sentimientos y expectativas compartidos por el grupo.
Luego se observa que lo correcto es lo que mantiene el orden social mediante el conocimiento y obediencia de la ley y el cumplimiento de los valores y deberes propios, para llegar luego a comprender que la conducta moral se define en términos de normas, derechos, deberes y reglas básicas aceptados libremente por los individuos. Después se comprende que lo correcto es lo que está acorde con principios éticos y universales libremente elegidos.
Posteriormente, la ética se vuelve un rasgo de la personalidad y se incorpora al sistema de valores de quien la practica, influyendo en todos los aspectos de la vida. Este es el largo camino que lleva a la autonomía, es decir a pensar y actuar independientemente de los demás. La verdadera autonomía a pensar, sentir y actuar, no puede estar separada de la responsabilidad, del respeto y la reciprocidad.
Ser ético no es algo que puede encenderse y apagarse como un interruptor, es un rasgo que hay que ganar, para volverlo parte de la vida. Perder el sentido ético a veces es fácil, en especial si hay presión social, en cambio asumir y conservar ese sentido ético es un poco más difícil pero es más beneficioso en cuanto se encamina a llevar a buen término el proyecto de vida
La educación en ética debe llevar a convertir a los seres humanos en seres libres que obran bien. En esta educación se trata de acompañar al hijo a formarse un criterio sobre lo que está bien o mal y luego permitir que tome decisiones con autonomía. Así se crían los hijos para la libertad, para hacer de la suya una buena vida.
(Adaptado de El Tiempo, abril 22 de 1999)

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